Seguro que son muchas las preguntas que nos hemos formulado en torno a una enfermedad tan compleja como es la de la adicción. Muchos padres se habrán preguntado en qué han fallado, por qué no se dieron cuenta antes, a tiempo de evitar la caída y el deterioro de su hijo y de la convivencia;
Muchos adictos se habrán cuestionado el por qué de su adicción, el por qué ellos y no otros se han visto arrastrados a la pérdida de su propia identidad, de su seguridad, de su libertad, y probablemente a todos nos gustaría saber cómo lograr superar la adicción.
Desde hace mucho tiempo los investigadores se están esforzando en identificar un perfil de persona adictiva, unos rasgos de personalidad que nos permitan entender esta enfermedad y tal vez lograr una mejor prevención y un tratamiento más eficaz.
Características tales como los déficits en habilidades sociales, el desarrollo de estilos de afrontamiento ineficaces por la dificultad en el manejo de las emociones y el estrés, la tendencia a responder fuertemente a estímulos nuevos y a señales de recompensa. Evitando la monotonía y el castigo, la impulsividad y la inadaptación a las rutinas sociales, suelen suelen señalarse como rasgos frecuentes entre las personas adictas.
No obstante el desarrollo de una personalidad adictiva presenta tantos matices que es realmente muy difícil definirla con precisión y claridad, dependiendo además de cómo estos rasgos interactúan con múltiples factores del entorno socio-familiar.
Estoy convencida de que realmente para conocer a una persona adicta es preciso reconstruir su historia, para lo que será necesario distanciarnos y ver más allá de la sustancia y conocer una realidad mucho más extensa y compleja.
La adicción aparece con frecuencia frente a signos de vulnerabilidad, de inseguridad y frente a nuestras debilidades, como soporte para aquellas partes de nosotros mismos que no nos gustan.
Por eso, aun cuando podamos identificar rasgos de personalidad adictiva, será más fácil acercarse a conocer cómo es esa adicción y cómo es esa persona adicta si lo hacemos desde la perspectiva de la autoestima como variable que suele estar dañada.
¿Qué significa tener una autoestima baja?
– No tomar decisiones por temor a equivocarnos
– Desconfiar de nuestro entorno, adoptar actitudes defensivas ante lo que sentimos como amenazante
– Necesitar en todo momento de la aprobación de los demás, temer el rechazo
– Experimentar vergüenza, timidez, y bloquearnos
– No ser capaces de decir NO y sentir que nos dejamos llevar por el otro, considerándonos altamente influenciables
– Negativizar, pensar que las cosas siempre pueden empeorar, fijarnos en lo malo, pensar que la botella siempre está medio vacía.
¿Y cómo se llega a una baja autoestima?
Cuando somos pequeños tienen una gran importancia aquellos que son nuestras figuras parentales o de referencia.
Estaremos ante problemas de autoestima en las que podrá verse seriamente afectada si en este primer entorno afectivo y social abundan los mensajes de desánimo: las descalificaciones, las comparaciones. Si esas figuras no están para nutrir afectivamente o sólo nutren en lo económico, si desconfían de tu capacidad y quieren hacerlo todo por ti para que no te equivoques, te hacen ser una persona con baja autoestima. Si tratan de eliminar aquello que te diferencia para que no destaques, si no se fijan en tus cualidades, minimizándolas o negándolas, si te protegen de todo para evitar que te caigas o que sufras, resolviendo por ti tus problemas, convirtiéndose en imprescindible para ti.
También podremos vernos mermados en aumentar la autoestima si la historia de nuestra vida aparece llena de tristezas, de pérdidas, de fracasos; si en nuestra familia y en nuestro entorno se avergonzaron de nosotros. Si hemos recibido pocos estímulos positivos, si no se nos ha reconocido, si no se nos ha tenido en cuenta; si han cuidado más de la gente, de la opinión de los demás, que de nosotros mismos; si han favorecido los mensajes negativos, la culpa.
¿Cómo alimentamos la baja autoestima?
Estaremos impidiendo que nuestra autoestima crezca si vivimos condenados a una continua comparación en la que siempre encontramos a alguien mejor que nosotros; si nos fijamos en modelos de perfección inalcanzables para estar siempre exigiéndonos más y sintiéndonos insatisfechos con lo que hemos logrado. Si vivimos en el reproche, culpándonos por cada error o por cada meta no alcanzada; si en nuestro diálogo interno aparece la desconfianza sobre nosotros mismos, si los menosprecios y los pensamientos obsesivos y rumiativos nos bloquean.
¿A qué nos puede conducir esta baja autoestima?
Cuando el ser humano comienza a colocarse frente a su mundo con una baja autoestima, se percibe ineficaz, insuficiente, pequeño, y esto le provoca tensión y sufrimiento. Cuando nos vemos por debajo de los demás o nos sentimos insuficientes para seguir al lado de los que nos rodean, tratamos de calzarnos con zancos, colocar bajo nuestros pies un pedestal que nos ofrezca una falsa apariencia de lo que somos. Esto suele ser un inadecuado e infructuoso intento de colocarnos a la altura de los demás, y en muchas ocasiones este inestable y pesado soporte está sustentado sobre las adicciones.
Así, cuando nos sentimos débiles, el alcohol nos ofrece la creencia de una falsa fortaleza, atreviéndonos a hacer lo que antes sólo soñábamos con ser capaces. Nos creemos triunfadores aun sin medir las consecuencias de nuestras batallas, capaces de vencer nuestras vergüenzas. Llevándonos a veces hasta el ridículo sin darnos cuenta, librándonos del lastre de los recuerdos y de nuestras culpas, con el olvido. Transformándonos en lo que realmente no somos, y paralizándonos cada vez más, haciéndonos cada vez más dependientes de esa máscara, de esa “prótesis de apoyo”. Como así la ha denominado nuestro conocido y buen amigo el psiquiatra y psicólogo D. Cristobal Gangoso, buen conocedor de las incapacidades que estas muletas pueden crear.
Podemos llegar a creer que esas prótesis son imprescindibles cuando experimentamos el miedo de soltarlas, cuando pensamos que las necesitamos porque no nos creemos capaces de afrontar nuestra vida sin ellas, tal vez porque soltarlas nos genera inestabilidad.
Para lograrlo necesitamos recuperar nuestro propio sostén, creer en nosotros mismos, en nuestros propios apoyos, esto a veces supone caernos y hacernos daño para probar a levantarnos por nosotros mismos. Sin pretender llegar más alto, sino tan sólo mantenernos de pie y empezar a andar de otro modo.
Y también a veces necesitamos pedir a quienes están con nosotros que nos dejen caer, porque a veces al colocar sus manos entre el suelo y nuestras rodillas, son ellos los dañados y no logramos tocar el suelo sobre el que necesitamos aprender a sustentarnos.
Quien nos sujeta teme que no seamos capaces de levantarnos, siente que querernos es evitarnos el dolor, que si caemos también caen ellos. Sin embargo necesitamos que nos suelten, que nos dejen vivir el dolor de la caída, del fracaso, para así encontrarnos a nosotros mismos y valorarnos en nuestro proceso de recuperación.
Superar la adicción significa tirar esas prótesis, sintiendo con firmeza que ya no son necesarias, aprendiendo a andar por uno mismo. Sabiendo que el camino aparecerá cuando te pongas en marcha, tratando de soltarte de las manos que te sujetan para saber pedirlas cuando te hagan falta, reconociendo que en tu mente están los problemas pero también las soluciones, escuchándote a ti mismo más que a lo que te rodea. Y aprendiendo a decir no a lo que no quieres y a buscar todo aquello que te ayude a ser feliz.
Pierde el miedo aun sabiendo que sólo pasando miedo podrás perderlo.
Comienza a aceptar que es tu responsabilidad hacerte cargo de cuanto te pasa, comienza a darte cuenta de la influencia que tiene cada cosa que haces.
Para que las cosas que te pasan te pasen, tienes que hacer lo que haces. Y no digo que puedas manejar todo lo que te pasa sino que eres responsable de lo que te pasa porque en algo, aunque sea pequeño, has colaborado para que suceda. No puedes controlar la actitud de todos a tu alrededor pero puedes controlar la tuya.
Para actuar libremente tendrás qué decidir qué quieres hacer, con tus limitaciones, con tus virtudes y con tus miserias, con todo lo que eres y con todo lo que has aprendido. Tendrás que conocerte más para reconocer cuáles son tus recursos, tendrás que quererte tanto como para confiar en ti, y sentir así que esa decisión es tuya, y sentir así el coraje de actuar como tu conciencia te dicta, desde tu auto-dependencia. Esto significará un gran paso adelante en tu historia y en tu desarrollo, una manera diferente de vivir el mundo y probablemente signifique empezar a conocerte un poco más a ti mismo y a quien de verdad está a tu lado.
Si eres autodependiente de verdad, es probable que algunas personas de las que están a tu lado se vayan…
Quizás algunos no quieran quedarse. Tendrás que pagar el precio de soportar las partidas de algunos a tu alrededor y prepararse para festejar la llegada de otros.
Ser autodependiente es crecer como personas. Depender de nosotros mismos nos conducirá a ser mejores, pudiendo ser generosos sin caer en nuestra propia pérdida, ser tolerantes sin permitir las agresiones, ser pacientes sin esperar a que las cosas sucedan por sí solas.
Comienza a ser el protagonista de tu propia historia, cambia las adicciones por tu autodependencia.
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